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Luisa Piccarreta - En oración

La Pequeña Recién Nacida de la Divina Voluntad

Un día, cuando Luisa Piccarreta tenía unos trece años, mientras trabajaba en su casa meditando en la amarguísima pasión de Jesús, que él mismo le narraba en su interior, sintió su corazón tan oprimido por el dolor que se le fue el respiro y temiendo que estuviera por sucederle algo, quiso distraerse un poco saliendo al balcón.

Fue entonces que se presentó ante sus ojos una terrible visión: la calle estaba llena por completo de gente que llevaba a Jesús cargando la cruz, empujándolo de un lado a otro. Lo vio lleno de aflicción, agobiado, con el rostro chorreando sangre y en un aspecto tan doloroso que enternecía a las piedras mismas; Jesús entonces alzó los ojos hacia ella como pidiéndole ayuda.

Luisa entró de inmediato en su estancia sin saber ella misma en dónde se encontraba y con el corazón roto por el dolor, llorando a lágrima viva, le dijo: « ¡Cuánto sufres, oh mi buen Jesús! ¡Pudiera yo al menos ayudarte y librarte de esos lobos rabiosos, o cuando menos sufrir yo tus penas, tus dolores y tus fatigas en tu lugar, para así darte el más grande alivio...! ¡Ah, Bien mío, haz que yo también sufra, porque no es justo que tú debas sufrir tanto por amor a mí y que yo pecadora esté sin sufrir nada por ti. »

Esta fue la primera vez, mas no la última, que Luisa "vio" lo que Jesús ya le venía narrando desde cuando era pequeña. Esta escena se repitió innumerables veces durante toda su vida y de muchísimos modos.

Eran estos sólo algunos de los primeros signos de una vida del todo sobrenatural, que Nuestro Señor quiso que Luisa viviera.

Ya desde tierna edad Nuestro Señor había escogido a esta alma para sus grandes designios, recorriendo paso a paso el camino de la cruz; el camino que la Divina Voluntad había preparado para ella, y esto durante toda su vida.  


Cruz

Luisa Piccarreta - Rostro, orando

Han pasado ya varios años desde que Luisa Piccarreta falleció (1947) y su recuerdo está vivo aún en tantas personas que la conocieron quienes la llaman, estando aún en vida, « Luisa la santa ». 

Muchos recuerdan con admiración y con religioso afecto a esta mujer, que por más de sesenta años estuvo siempre en cama: siempre igual, siempre plácida y sonriente, trabajando con los husos para recamar, o bien orando con el rosario entre los dedos.

En tal estado de continuos sufrimientos místicos se vio reducida por un preciso designio de Dios, después de que voluntariamente aceptó a los 16 años la invitación de Nuestro Señor a ofrecerse como víctima; más no por enfermedad, que jamás los médicos encontraron.

Cuantos la visitaban, encontraban siempre en sus labios la dulce palabra de la Voluntad de Dios; sabía infundir en todos la paz del alma y de la conciencia, y cuántos eran los que al dejar su pequeña estancia salían iluminados y transformados espiritualmente por la gracia de Dios.

En una cama, rodeada con una blanca cortina -la celda más pequeña del mundo-, Luisa Piccarreta vivió su historia sobrehumana de inmolación voluntaria como víctima, con Jesús, en Jesús y por amor a Jesús; en favor de los pobres pecadores; implorando constantemente, como Jesús le enseñó, la venida de su Reino. Siempre serena y fresca, pequeña de estatura, de ojos vivaces y mirada penetrante, esta alma virgen vivía sola.

Los primeros años de víctima fue asistida por sus padres y después de que estos murieron vivió siempre con su hermana la más pequeña, Angela. Durante los últimos 40 años de su vida fue también amorosamente asistida por una piadosa señorita, Rosario Bucci, recientemente fallecida después de haber dado su precioso testimonio de todo lo que recordaba de Luisa.

Jamás un lamento, jamás un gesto de contrariedad ante la Voluntad de Dios, como se le manifestaba en las circunstancias cotidianas. Se le veía siempre sentada, apoyada en tres almohadones, teniendo ante sí un crucifijo, en cuya constante contemplación Luisa modeló su existencia... ¡Sesenta y cuatro años en cama! ¡Una entera y larga existencia!

Esta alma, toda de Jesús, desde 1882 (tenía 17 años) a 1947, vivió en la cruz tremenda de una alternada compañía sensible y la privación de Jesús; en el sufrimiento, en el silencio y en la oración.

Su vida, de una autenticidad total, corresponde fielmente al designio divino sobre ella, que con suma fidelidad se dejó formar por Jesús como la Depositaria y Secretaria de los Tesoros de la Divina Voluntad, modelo y ejemplo del vivir en ella, es decir, de lo que el Querer Divino puede hacer en un alma cuando la posee y a ella se da como un Don. Pero, como Nuestro Señor mismo la llamaba, Luisa Piccarreta es sobre todo « La Pequeña Hija de la Divina Voluntad ».

Esta alma, carente de toda instrucción humana, pues aprendió sólo a leer y a escribir, tuvo que escribir, obligada por una inexorable obediencia, la historia de su vida y las intimidades y confidencias que le hizo Nuestro Señor Jesucristo sobre el vivir en la Divina Voluntad, para dar a conocer el decreto eterno del advenimiento de su Reino en la Iglesia y en el mundo entero. Obediencia impuesta por Jesús y corroborada por sus confesores (cinco tuvo en el curso de su vida), durante 39 años (desde 1899 a 1938) en los que escribió en forma de diario 36 Volúmenes y otros escritos siempre obligada por la santa obediencia, representada por sus confesores.

Por nada del mundo lo hubiera hecho, pero su profundo amor al silencio y a permanecer desconocida sólo podía ser vencido por la « Señora Obediencia » (como ella acostumbraba llamarla y de la cual tenía un altísimo concepto), no sin sentir una gran violencia. De este modo Luisa es la primera testigo de sí misma y de su misión divina y única, pues de ella nos vienen la mayoría de las noticias concernientes a su vida.