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Homilía del 24 de Diciembre del 2000


Padre Luis Pedro Rubio hdv

Durante celebración misa en la que recibieron la Primera Comunión un grupo de niños que participaron en la catequesis en la Divina Voluntad.

La homilía trata en términos generales sobre la historia del nacimiento de Jesús en Belén (La Parábola del niño Jesús) y cómo ese nacimiento es símbolo del que él quiere hacer en nuestras almas.



En momentos como este (primeras comuniones) quisiera decir muchas cosas, recomendaciones, súplicas, porque lo que va a suceder es algo realmente importante y la pregunta es: ¿qué hacer para que dentro de cada uno de nosotros realmente produzca un fruto?, para que Jesús, que va a entrar en nosotros, pueda encontrar en nuestros corazones lo necesario para poder nacer, crecer, y luego morir y resucitar a la vida eterna. Es cosa de cada uno de nosotros el hacer que Jesús nazca dentro de nosotros, y esto es muy diferente a hacer una primera comunión, porque si nuestro corazón está cerrado no hace efecto, no sirve; es por eso que la iglesia, sabiamente, prefiere que el hombre reciba la primera comunión cuando es niño porque el corazón del niño no está tan cerrado como el corazón del grande, del adulto; por tal motivo nos corresponde hacer todo lo posible para que ese corazón permanezca abierto.

La Historia del Nacimiento de Jesús

La Santísima Virgen María tenía 15 años y era tan pura y tan buena que Dios consideró bueno, bello, especial, único, poder nacer en ella, porque fue Dios quien escogió la fecha, la persona y todo lo necesario para que esto se realizara.

La Santísima Virgen estaba esperando a Jesús que lo tenía en su seno, y un día San José le dice a María, que estaba por dar a luz: "Vámonos a Belén" y le trae un burro, y se la lleva no en una ambulancia sino en un burro desde Nazaret hasta Belén, en donde debía nacer Jesús; y María no se quejó, no se enojó, no dijo: "¿Cómo así que me vas a llevar en un burro a una ciudad tan lejos en este estado, a punto de dar a luz?", ya que se necesitaba una semana para ir en burro desde Nazaret hasta Belén, pero María simplemente dijo: "Sí, es la Voluntad de Dios, obedezco". La Virgen María era obediente, y porque era obediente Jesús pudo nacer en ella. Ser obediente es hacer la Voluntad de Dios no importando como se manifieste. San José también fue obediente, incluso a las leyes que había en aquél tiempo, porque el césar dijo: "Tienen que ir a su ciudad natal para suscribirse en el censo", y San José, obedeciendo, oyendo la voz de Dios en ello, tomó al burro y se fue con María para Belén. Porque Dios sabía que José y María eran obedientes pudo decir: "Mi Hijo está seguro con ellos", es por eso que Jesús estará seguro dentro de nuestro corazón si somos obedientes, y el primer paso para la obediencia es querer ser obedientes, porque es en la obediencia en donde Jesús va a crecer, la obediencia es la habitación, el área, el ambiente en donde Jesús va a nacer.

Ahora bien, resulta que cuando José y María llegaron a Belén no encontraron lugar en donde quedarse, todo estaba ocupado porque había mucha gente que había ido también a Belén para el censo. Pero aún así... ¿Cómo es posible que nadie le abriera las puertas a una niña de 15 años, embarazada y a punto de dar a luz? Todos le cerraron las puertas porque no fueron obedientes al amor, ya que no se trata de obedecer sólo a las leyes, a lo que nos digan, sino obedecer al corazón cuando este está despierto, obedecer a la compasión, a la bondad, a la misericordia, en una palabra es obedecer a la Voluntad de Dios, que como Jesús nos dijo es: "Amar como Dios nos ama", y que antes de que Jesús viniera era: "Amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo". Si los habitantes de Belén hubieran amado a su prójimo como a ellos mismos, no le habrían cerrado las puertas a María, le habrían dado hasta su propia cama ya que era una niña de 15 años que iba a dar a luz, pero a nadie le importó, y por eso nadie tuvo la dicha de que Jesús naciera en su hogar. Imaginémonos la dicha de que Jesús hubiera nacido en nuestro hogar; si los habitantes de Belén hubieran obedecido a la Voluntad de Dios y hubieran dejado que el Niño naciera en su casa, se habrían dado cuenta que ese Niño era Jesús, Dios, porque habrían llegado los pastores, a quienes se les aparecen los ángeles y les dicen que ha nacido el Salvador, y a la llegada de estas personas se habrían preguntado: ¿Cómo? ¿El Salvador? ¿En mi casa?, y luego, poco tiempo después con la llegada de los reyes magos habrían dicho: ¿Cómo? ¿Mi casa con reyes, adorando al Rey Jesús? Pero como no obedecieron no tuvieron la dicha, el gozo, el honor y la felicidad de hacer nacer a Jesús en su corazón.

Es muy diferente recibir a Jesús en la lengua, comerlo, a que una vez que El venga le abramos nuestro corazón. Son dos cosas diferentes: Todos podemos recibir a Jesús en la comunión pero podemos cerrarle las puertas. Jesús viene, toca a la puerta y dice: "¿Me dejas entrar en tu corazón? ¿Me dejas hacerte feliz?", y Jesús viene en forma de niño pidiendo como limosna nuestro corazón. Así vino Jesús, pidiendo como limosna un lugar en dónde nacer... y se consideró afortunado al encontrar al menos una cueva llena de estiércol -porque allí vivían animales. Tratemos de imaginar un lugar así, en donde hay mucho estiércol, hasta en el aire, donde se respiran partículas de éste, huele a estiércol, está lleno de toda clase de infecciones y virus... ¿Quién de nosotros dejaría nacer a nuestro hijo en un lugar así, en un establo? Pues bien, Jesús no tuvo otro lugar. Nadie puede decir que nació en un modo más indigno que Jesús, y aún así María no se reveló, no se enojó con Dios, no lo rechazó, ella no dijo: "¿Cómo es posible que Dios me trate así si es su hijo, si es Jesucristo?" "Eso está mal, a mí Dios no me quiere, yo no sé que voy a hacer, ya no voy a ir al templo porque a mí Dios no me ama...". María no hizo así, pero nosotros sí lo hacemos, a pesar de que Dios nos da más de lo que le dio a María. María amó en silencio, y si de pronto podríamos decir que no entendió, Dios le dio a entender que eso significaba el corazón del hombre, lleno de estiércol, en donde Jesús nos dice: "No me importa que tu corazón esté lleno de estiércol, de pasiones (representada en los animales), no me importa", porque a veces decimos: "Es que yo soy muy indigno, Dios no me puede amar..."

Claro está que San José no dejó los pedazos grandes de estiércol, sino que los saco, trató de hacer una buena limpieza en el establo, y así nosotros, mínimo tenemos que hacer una buena confesión, hacer a un lado los pecados mortales, porque comulgar en pecado mortal es como colocar al Niño Jesús en un pedazo de estiércol fresco.

Debemos dejar que Dios nazca y entre en nuestro corazón, que sea El el que actúe en cada uno de nosotros, no vaya a suceder que Jesús no pueda hacer nada porque está afuera de nosotros y no le dejamos entrar. Dejemos que Jesús haga una buena limpieza a nuestra alma, no importando lo que sea, ya que Jesús con su sola presencia convirtió ese establo en su cielo sobre la tierra, por eso Jesús dijo: "El Reino de los cielos está dentro de vosotros".

Así pues, Jesús entró en el establo y nació en ese lugar, y aunque fue rechazado por muchos, ahí nació; y a la hora en que Jesús nacía, los ángeles, que estaban cantando, se le aparecen a los pastores (vigilantes), que eran gente sin hogar porque vivían en el campo, y que además de eso era la gente mas humilde, pobre y también, humanamente hablando, la más apestosa porque no tenían lugar en donde bañarse, trabajaban con ovejas, leche... y no olían muy bien, pero a esos escogió Dios, y ¿por qué no puede escoger a cada uno de nosotros? Dios sí lo quiere, pero ¿nosotros queremos? Dios se dirige a aquellos que El sabe que le van a decir "sí" "quiero". Dios va hacia aquellos que le van a obedecer. Y Dios va a cada uno de nosotros si somos pobres; todos somos pobres, pero ¿lo vivimos con sencillez o con orgullo y soberbia? Dios es muy grande, ¿lo creemos? Lo que El quiere hacer en nuestros corazones es demasiado grande, y Dios puede hacerlo porque lo ha demostrado en tantos Santos, que no fueron personas especiales que Dios escogió, sino que fueron personas como cada uno de nosotros que obedecieron, que dejaron obrar a Dios, que se humillaron... ¿Quién iba a pensar que ese niño que nació en el modo más pobre iba a terminar siendo el Rey de Israel, Dios? Debemos desear ser Santos como Dios es santo, decirle: "Señor, ayúdame, enséñame, mi corazón está lleno de estiércol, pero si tú naciste en un lugar así, yo sé que puedes nacer dentro de mí, yo no sé como va a suceder pero sé que será así". Nosotros no sabemos cómo Dios siembra su vida divina en nosotros, pero sucede como con cualquier otra semilla, y esta semilla debemos cultivarla, y para que crezca debemos creer, para sembrar debemos creer, y esto no se va a dar de un día para otro, tenemos que bajar la cabeza, pedir la ayuda de Dios en cada circunstancia pensando que Dios está dentro de nosotros y a donde sea que estemos nosotros allí está Dios, con nosotros y en todo lugar.

En el lugar en donde Jesús nació estaba María recibiendo a Jesús que salía de su seno. Tratemos de imaginar el gozo y la felicidad de María al saber que aquel niño era el Hijo de Dios, el Rey, pero ella lo vivió con humildad, no con soberbia; por eso Dios la escogió, porque sabía que no se iba a enorgullecer desordenadamente, sino que se iba a gozar con Dios. Y María se lo ofreció a Dios. En el Cielo vamos a ver que la cosa más grande que hicimos en la tierra fue lo que hicimos por Dios y por nuestros hijos, y Dios nos dirá: "Gracias por haberme cuidado a este hijo mío"

El mundo sí se puede cambiar y se va a cambiar, primero en nuestro corazón, luego en nuestro hogar, en el trabajo... porque vamos a tener la confianza de que no seremos nosotros los que obraremos, sino Dios mismo. Dios nos ayuda cuando le decimos: "Sí", "Quiero", "Hágase tu Voluntad".

IN VOLUNTAS DEI