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HOMILIAS sobre "El Espíritu de la Verdad y el espíritu de la mentira"


Padre Pedro Rubio hdv

HOMILIA VI. (Mc 10,1-12) 25/02/2000.


"El Espíritu del señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor"(Lc 4,18)

Vamos a meditar cada frase:

"El Espíritu del señor está sobre mí porque me ha ungido", Viene Jesús, enviado por Dios, ungido, "para anunciar a los pobres la buena nueva" , la primera condición para recibir esta noticia es sentirse y saberse pobre, y desear recibir esta buena noticia, sentirse pobre de Dios, de vida divina, de verdadera felicidad. Ante el anuncio de Dios, del Amor, de la Verdad, de la Riqueza, el sentirnos pobres de todo esto es el comienzo de todo.

"Me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos", cautivos del mundo, del demonio y de la carne.

"La vista a los ciegos", porque estamos ciegos, o porque falta la luz exterior o porque falta la luz interior a nuestros ojos (la vista). Y aquí se refiere a escritura a estos dos tipos de ceguera.

"Para dar libertad a los oprimidos", se piensa que es la opresión de los ricos, de los poderosos, porque estas cosas se toman en modo humano y material, por esto, en esté capítulo de las escrituras se fundamentan algunos para formular la Teología de la Liberación, hasta el extremo de tomar las armas. En modo divino, en cambio, que es como tenemos que verlo, se refiere este capítulo a la opresión del Espíritu de la Mentira, del acusador, de la continua tentación de que Dios no nos ama; esto es verdaderamente una opresión continua.

En la vida espiritual, poco a poco nos vamos dando cuenta de cuándo, algo que nos viene a la mente, es un pensamiento nuestro (tendencia humana) o es simplemente una tentación (obra del demonio) en la que nosotros no tenemos nada que ver; esto depende de qué tanta luz tengamos. Hay personas, por ejemplo, que están convencidas de que Dios no las ama, y es porque no tienen la luz, porque no han recibido la buena nueva.

Todo esto hay que verlo y analizarlo en conjunto y no aisladamente, veamos: Jesús viene, Jesús Luz, Vida, Camino, Verdad, Verbo, viene a anunciarse a sí mismo, él es la buena nueva, él es el liberador, el que sana; se trata de vivir en él, caminar con él.

"Y proclamar un año de gracia del Señor". Existe una ley entre los Judíos en la que cada 7 años la tierra debe descansar, debe devolverse todo lo prestado, perdonarse las deudas, liberar esclavos, etc., y cada 50 años, es decir siete por siete más uno, hay un gran jubileo. La misma economía se veía afectada en estos años jubilares, pues el valor de la tierra dependía de qué tan próximo estaba el año en el que se debían devolver las tierras.

Este año de gracia es el Reino de Dios, pues es la total y perfecta liberación, a eso viene Jesús, ya no habrá ni siquiera cabida a la tentación. Pero este Reino se espera muy poco, se piensa sólo en que el Reino será cuando nos muramos, pero no se espera que el Reino venga sobre la tierra. Ya no se tiene ni la esperanza de que un día se hará la Voluntad de Dios como en el cielo así en la tierra, que realmente vivamos en el paraíso terrenal. Estos es así ya que a nuestra mente le cuesta creer, porque el contraste entre lo que vivimos y lo que será, es abismal; es difícil creerlo porque nuestra mente y nuestro corazón han siempre comido del conocimiento del bien y del mal, lo único que conocen es esto, y esto es mentira.

Recordemos el Génesis:

"¡He aquí que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre" (Gn 3,22).

Viendo esto en modo humano, diríamos que Dios es malo, por eso, para conocer a Dios y a su Corazón, no podemos partir de estas palabras aisladas, ni de aquellas "ve y ofréceme a tu hijo en holocausto" (Gn 22,1-2), sino que hay que partir del hecho de que Dios todo lo hace bien.

Dios conoce el bien y el mal, pero no tiene nada que ver con el mal, ahora, ¿qué tal que el hombre, conociéndolo, hubiera vivido para siempre? ¿Cómo hubiera sido un Hitler para siempre? Estas cosas las iremos entendiendo mejor en la medida en que comamos del árbol de la vida y dejemos de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, dejemos de ver las cosas en modo humano, creamos realmente en el anuncio del Reino y lo vivamos como una realidad. Hay que aprender a ver las cosas sólo y únicamente en orden al bien infinito y absoluto de Dios.

Si vemos el mal en modo humano, nada tendría remedio, pero viéndolo en modo divino, como Dios lo ve, todo produce también alegría, porque esta es una mirada desde el cielo, en donde no hay sufrimiento ni nada que pueda disminuir la felicidad, y ni siquiera entrar el demonio.

Nada puede hacer disminuir la felicidad de Dios ni su perfecta bienaventuranza. Así también nosotros en la tierra, pero con la gran oportunidad de sufrir el dolor, en una unidad perfecta que produce felicidad. Esto es lo que parece imposible de entender y que sólo escuchando a los santos podremos hacerlo, pues ellos siempre anhelan sufrir más, aun martirios enormes, sobre todo de privación, como por ejemplo los de Luisa.

Dios puede estar supliendo y estar haciendo actos divinos en ti, pero tú puedes estar fuera de esa Divina Voluntad, aun sin hacer cosas malas, y es por esto que te vuelves sensible al sufrimiento. También se sufre viviendo en la Divina Voluntad, pero de un modo muy diferente, el sufrimiento queda en la superficie, mientras que interiormente se está en absoluta paz y felicidad, por la confianza en que "algún bien Dios sacará de esto". Esto sólo se logra en la medida en que vivimos en la verdad. El centro de todo está en entender de corazón realmente cuánto Dios nos ama, quién es Dios; este es el modo cómo vencer al maligno, a la obscuridad.

Jesús viene, y con sus palabras (siendo él La Palabra), a vencerlo todo, a transformarlo todo en amor, en sí mismo. Desde el momento en que Él carga con todo, transforma todo en amor, y por más que el demonio quiera hacerlo pedazos, siempre le saldrá todo al revés, saldrá humillado, jamás se recuperará, cada acto que hace es peor para él, porque en cada acto que hace, se muestra mayormente la gloria de Dios, su misericordia, su bondad, su infinita paciencia.

La perfecta derrota del demonio

No se trata de exorcismos ni liberaciones, sino del Gran Exorcismo, la derrota total, en la que se irá a lo profundo del infierno y nunca más salga de allí, esto lo dice el Apocalipsis cuando habla del Reino de Dios. Esto se logra sembrando el mundo sólo con la verdad, comenzando por tu alma, no dejando que jamás se siembre en ti semilla diferente de la verdad; todo lo demás, la santidad, nace de esto. Se reduce todo en tener esa certeza del Reino de Dios, con la fuerza de la fe y la verdad. Dice Mons. Martínez que "la fe sería un tormento si no tuviera la fortaleza, la felicidad, la certeza y la esencia de la esperanza", porque la esperanza te da posesión de lo que esperas y ya lo vives. Lo que esperamos es: la unificación total, la unión con Dio, el cielo en la tierra, el Reino de Dios. Es la fe la que arranca el Reino de Dios, por eso Jesús tanto habla de la fe: "el Reino de Dios sufre violencia, y solo los violentos lo arrebatarán" (Mt 11,12), se refiere a la violencia de la fe, que en medio de la más grande obscuridad grita "yo creo", y este "yo creo", es un Fiat Lux perfecto que crea la luz y hace que entonces la noche más obscura se vuelva pleno mediodía, esto en virtud de esa fe, de esa certeza de la fe. No importa en qué situación estemos, hay que centrarse en ese "yo sé que tú me amas", "Dios me ama infinitamente", con fuerza, con violencia.

En los momentos más duros de una crisis, no debemos estar mirando la crisis dándole vueltas al problema, pues sería cultivarlo. Si tantas vueltas le damos, es porque en el fondo tenemos un cierto afecto a esto, en el fondo nos gusta la tentación; el acusador comienza a hacer su obra, acusando a Dios, a ti mismo o a los demás, y esto no con grandes juicios, sino con pequeñeces, que ni siquiera a veces las decimos, pero que ahí estamos dándole vueltas, perdiendo el tiempo, cultivando estas plantitas, de cuando en cuando las seguimos cultivando, echándoles agüita, etc., en vez de inmediatamente rechazar estas cosas y justificar a todos contra los que vayan estos juicios, pues muchos realmente no quieren hacer lo que hacen, como dice San Pablo.

En el Cielo veremos realmente todo lo que Dios hizo para que no cayéramos en pecado o en faltas graves. En el Cielo nadie podrá decir que Dios no nos dio la oportunidad o que no nos dijo o que no nos advirtió; veremos claramente que todo estaba en nuestro corazón y que nunca le hicimos caso. No hay quien no tenga en su corazón la tendencia al bien. Así como por el pecado original quedamos con esa inclinación al mal, así por la gracia de la nueva Eva y del nuevo Adán, se nos dio la herencia de la inclinación al bien, así que se nos da doble, porque ya la teníamos en la Creación sólo por ser criaturas. Genéticamente todos venimos de Dios, bondad absoluta, y esto se descubrirá científicamente algún día, tenemos esa herencia bien grabada y tenemos la constante ayuda de la gracia, infinitamente superior a la inclinación al mal, incluso aun por más alimentada que sea por el demonio.

Cuesta más hacer un mal que un bien, porque el hacer el bien siempre produce felicidad y la parte mala de ti no se arrepiente. Cuando se hace un bien se está en paz y no existe una lucha interna en la conciencia que te haga arrepentir de haberlo hecho, por más mala que sea la persona. Mientras que quien hace un mal, siempre va a sentir remordimiento, que es la voz continua de Dios. Por esto el bien le da muerte al mal, pues haciendo el bien, muere la tendencia al mal, y por cuanto más hacemos el bien, llega un momento en que ya no extrañamos el mal, nos da asco y escalofrío, mientras que para otros que no han alimentado el bien, siguen con esa tendencia al mal. Hay ciertas tentaciones en las que ya es imposible caer y otras tentaciones que ni nos vienen a la mente, ya el demonio ni nos las va a poner.

Si ponemos junto todo el mal que de cualquier forma se desea y todo el bien o las tendencias al bien, es mucho más grande la tendencia al bien. Ahora, el mundo no ha logrado vivir todo esto, porque no se ha hecho el bien, no se ha hecho caso a esa tendencia al bien, que siempre todos la tendremos. Esta es la razón por la que tristemente parece que el mal sobrepasa el bien. Además, por el modo en que el hombre ve las cosas, que las ve al revés, aparentemente hay muchos hombres buenos, pero si estos nunca van a misa, nunca se confiesan, por más que no cometan pecados, viven en pecado mortal, se están pudriendo en vida; esto es lo que enseña Cristo, pero como que no le creemos, pues en modo humano vemos que vamos bien, y que son más los buenos y menos los malos, pensamos que los malos son unos cuantos que roban o que matan o que etc., y todos los demás estamos bien y sufriendo por este mal, pero ¿quién se confiesa? ¿cuántos comen y beben su propia condenación?

Así que mejor yo pongo en la balanza, en vez del "bien", la "tendencia al bien", que está incluso en aquellos que ya no tienen el deseo de confesarse o a vivir una vida devota, porque aun en éstos existe una tremenda fuerza que los impulsa a desear hacer el bien, que se va apagando cuando no le hacemos caso, cuando decimos no, no, no.

Pues bien, en el cielo veremos en la balanza esa tendencia al bien que Dios puso en todos, esa herencia que Jesús y María nos dejaron, cosa que solamente se puede ver en modo divino, con una lógica divina, absoluta.

Y he aquí dos grandes misterios: el primero, que Jesús nunca va a abandonar a nadie, como nos lo dice en aquella parábola en la que va en busca de la perdida, dejando las otras noventa y nueve (99) ovejas; el segundo, que como están las cosas hoy, Jesús va en busca de las noventa y nueve (99) perdidas y deja sola a la única justa, lo que es la privación, en la que Jesús deja al alma para darle gloria a Dios, haciendo reparación y sacrificándose por la salvación de las noventa y nueve (99).

La meditación de todos estos elementos, nos dará muchas luces para ese "Vencer totalmente al enemigo".