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HOMILIAS sobre "El Arbol de la Vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal"


Padre Pedro Rubio hdv

HOMILIA VIII. (Lc 7,11-17) 19/09/1999.



En el mundo siempre sucede que muchas veces nos quejamos con Dios diciéndole por ejemplo: "¿por qué él sí y yo no?", "¿por qué a él le das y a mí no?". Pasa como en la parábola del Evangelio que trata sobre los obreros de la viña (trabajadores de la última hora) (Mt. 20, 1-16), en la que unos de ellos trabajaron pesado, sudaron, pero, mientras trabajaban, tenían la certeza de que se les iba a pagar. Mientras que otros de ellos estaban sin hacer nada porque nadie los contrataba, en el último momento fueron contratados y se les pagó el mismo salario que a los primeros, y estos se molestaron. Pero Dios nos dice: "¿no puedo hacer yo con lo que es mío lo que quiero?, ¿vas a tener envidia de que yo sea bueno?".

Nuestra mente es muy pequeña y no logramos entender muchas cosas. Los que llegaron primero estaban enojados, y los que llegaron al final felices. Se cumple ahí que "los primeros son los últimos y los últimos los primeros" (Mt. 20,16), ¿por qué?, porque los primeros no entendieron la generosidad del patrón, y en vez de alegrarse se enojaron, en lugar de decir "que bueno que les pagó lo mismo, pobrecillos, no iban a tener que comer hoy (pues generalmente la gente que trabaja por día, vive al día)", se quedaron comiendo del árbol del bien y del mal pensando: "no es justo", y no dieron la oportunidad de alegrarse con el patrón y con sus compañeros. En lugar de crear una familia, crearon la división. Por eso Jesús dice que "no ha venido a traer la paz sino la división" (Lc. 12,51), porque sabe que muchos no van a aceptar su modo de ver las cosas y de obrar; son nuestras típicas frases "por qué él sí y yo no, por qué a mí no me dicen, por qué a mí no me dan, por qué a mí no me escuchan, ...", mientras que en cada uno de esos "por qué" siempre hay oportunidad de admirar la generosidad de Dios y de alegrarse por los demás. Cuando empieza a surgir el "yo", empezamos a meternos en el purgatorio y probablemente terminamos en el infierno.

Es necesario entender que no podemos estar juzgando y tanto menos a Dios. El mismo Evangelio nos lo enseña. Si Él que es quien puede juzgar dice "yo no he venido a juzgar al mundo para salvarlo" (Jn 12,47), cuánto menos nosotros que no estamos salvando al mundo.

En el Evangelio se nos enseña a no juzgar a Dios, contemplemos pues, por ejemplo, lo sucedido a la Santísima Virgen, a quien a los catorce (14) años Dios la deja embarazada ante los ojos del mundo, sin protección alguna, porque no sólo San José se dio cuenta; es muy significativo que Dios quisiera que ella concibiera antes de estar casada con San José. Además, el hecho de que Jesús haya nacido sin intervención humana, es totalmente en contra de todo razonamiento humano.

La Iglesia enseña que María es "Virgen antes, durante y después del parto", lo que es humanamente imposible. Por lo tanto Dios nos enseña a no juzgar humanamente, para que podamos creer que todo es posible.

Debemos ir acostumbrándonos a pensar en modo divino, pues en el Reino de Dios van a empezar a ocurrir cosas muy extrañas humanamente, que si no tenemos un pensamiento divino, no vamos ni a soportar ni a creer. Si por ejemplo, una religiosa resultara embarazada, nuestro juicio humano nos llevaría a pensar de inmediato "¿con quién estuvo?...", y no pensamos que Dios pudo haberlo hecho. ¿Qué cosa no podrá hacer Dios? Nosotros lo encerramos dentro de un plano totalmente natural. En el Reino de Dios lo más normal será lo sobrenatural. La Madre María Angélica Alvarez Icaza decía que nuestro estado de vida debe ser "en el exterior extraordinariamente ordinario, y en el interior ordinariamente extraordinario".

Estamos empezando a volver "al orden, a la finalidad y al puesto para el cual fuimos creados". Dios va a reinar, a dominar, a ser el Señor y dueño de todas las cosas. Si humanamente un rey tiene poder sobre todo, imaginémonos divinamente a nuestro Rey. A nosotros no nos corresponde "juzgar", no debemos comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Adán y Eva cuando comieron, hicieron un juicio a Dios, porque la tentación les dijo "Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses" (Gen 3,5), dándoles a entender que Dios no quería que fueran como Él. Ellos ya eran como Él, tenían una capacidad inmensa de conocer a Dios, no obstante, la tentación los venció, creyeron en el engaño. Si ellos que eran santos e inmaculados creyeron, ¿qué será de nosotros? Si esto lo pensamos en modo humano no vamos a poder.

Toda tentación es proporcional a nuestras fuerzas, Dios no permite más de lo que el hombre puede resistir. Pero hemos sido infieles a tantas pequeñas gracias que nos ayudarían a vencer tantas pequeñas tentaciones, cuando venga una gran tentación no vamos a poder contra ella, "pues el que es fiel en lo pequeño es fiel en lo grande" (Lc. 16,10), y así también el que es infiel en lo pequeño, será infiel en lo grande.

El mundo no va a entender nada de este Reino. Muchos verán solo una nube, como aquella nube que guiaba al pueblo de Israel, y que cuando se puso detrás del pueblo, mientras que para ellos era luz, para los egipcios eran tinieblas; así será en el Reino, mientras que para el que vive dentro será solamente luz, para los que viven fuera será todo tinieblas, no entenderán y vivirán en una confusión tremenda.

En el Apocalipsis se habla de las maldiciones que caerán sobre el mundo entero, en una de ellas dice que "algunos desearán morir y no podrán" (Apo. 9,6). Estarán tan desesperados que querrán dejar la vida y no podrán, y esto porque juzgamos a Dios, porque no le damos la oportunidad de que haga lo que quiera.

Hay que tener mucha luz para poder reconocer la Verdad. Mucha gente cree que cuando vengan Jesús y el anticristo los vamos a reconocer, que vamos a tener la mente clara y vamos a saber distinguir, pero, ¿cómo será esto si con una facilidad enorme juzgamos a una criatura con nuestro propio criterio y juicio, y hablamos y la condenamos, y nos olvidamos del Evangelio?

Todas estas verdades hay que comprenderlas y luego aplicarlas, algo así como un manual de instrucciones que nos dice como manejar una máquina complicada. Si queremos realmente aprender, pondremos empeño, y lo leeremos una y otra vez, nos fijaremos en los ejemplos, etc., aunque tardemos en entenderlo, ahí está el punto, "qué tanto queremos aprender, y qué tanto creemos en lo que se ha dicho, si es verdad o no". En este momento hay pocos laicos aquí, mientras que cuando se ven milagros externos, ahí van todos. Jesús dice "el que ama a su padre, o a su Madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí y hasta su propia vida no es digno de mí" (Mt 10,37; Lc 14,26). Pero todos ponemos pretextos "es que mi familia, es que estaba cansado, es que queda muy lejos...". No se dan cuenta de lo que pierden. Pero ¿qué tal que yo dijera que a todo el que viene le voy a regalar cien mil pesos?, ¡Se llenaría este sitio! No apreciamos, no le damos el valor debido a las cosas de Dios. Nosotros ahora estamos entendiendo que el valor crece en la medida en que entendemos. Recordando la parábola de la moneda de los escritos de Luisa: En un principio no conocemos el valor de la moneda, si le creemos a una persona cuando nos dice que vale mucho, entonces empezaremos a sentirnos ricos, pero si no le creemos, nuestra vida seguirá igual y puede que hasta lleguemos a perder la moneda o regalarla. Si nos empeñamos en conocer el valor de la moneda, nos daremos cuenta de que gracias a este esfuerzo por conocer su valor vamos a ser millonarios.

En ocasiones estamos aquí sólo por la curiosidad de ver si es cierto todo esto o no, pero no creemos realmente, y esto se refleja en el interés que ponemos.

Para salvarnos prácticamente no se necesita nada, es muy fácil, pero para la santidad se requiere verdaderamente negarse a sí mismo, dar la propia vida, etc.