Suscríbase: Subscription

Vidas de Santos

Santoral Católico

Informativo diario - ACI

Informativo diario - ACI


Cargando widget...
Enlaces de la Santa Sede

Magisterio de la Iglesia

Santa Sede


chicos.divvol.org






Mapa del Sitio


HOMILIAS sobre "El Arbol de la Vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal"


Padre Pedro Rubio hdv

HOMILIA VII. (Lc 7,1-10) 18/09/1999.



Tanto el árbol del conocimiento del bien y del mal, como el árbol de la vida, dejan caer sus frutos, arrojando sus semillas. Conforme vamos conociendo y entendiendo las verdades, los frutos malos, aunque caiga, ya no causarán daño, mucho más si además de no tener cuidado de ellos, cuidamos para que no crezcan las semillas. Debemos por otra parte aprovechar una a una las semillas del árbol de la Vida, sembrarlas y empezarlas a cultivar, cuidando que estas no se vayan a ahogar por las riquezas, los placeres, las preocupaciones, etc. (que son semillas del árbol del conocimiento del bien y del mal), como sucede en la parábola del sembrador (Lc 8,4-8). Debemos conservar “viva” cada semilla dentro de nosotros.

San Lucas en la parábola del sembrador dice que "los que escuchan la palabra y la conservan en su corazón son los que dan fruto" (Lc 8,15). Es él mismo quien menciona que "María conservaba todas estas cosas meditándolas en su Corazón" (Lc 2,19). ¡Cuántas cosas podríamos ver si analizáramos en las Sagradas Escrituras todos los lugares en donde se menciona la palabra “Conservar”! “Conservarlo” significa estar “meditándolo” para que “de la abundancia del corazón hable la boca” (Mt. 12,34).

Al final de ésta parábola menciona que "con la perseverancia darán fruto" (Lc 8,15). Nos hace ver la importancia de la perseverancia, la cual es diferente a la constancia, ya que ésta última puede ser por un periodo de tiempo, mientras que la perseverancia es hasta el final. De aquí que constantemente hay que ver cómo podemos darle vida al árbol de la Vida.

Cada situación de nuestra vida lleva consigo un árbol del bien y del mal, al cual Dios también lo hizo bello. Adán y Eva, antes de comer del fruto prohibido, lo observaron, lo contemplaron, pero la desobediencia no se dio sino hasta el instante en que comieron de él.

Luchar con la tentación no es pecado. Es muy diferente cuando pensamos y queremos hacer algo y no lo hacemos por voluntad, que cuando no lo hacemos, no porque no queramos, sino porque no podemos. Por ejemplo, si vemos una mujer y la deseamos con el corazón, ya pecamos, delante de Dios es un pecado mortal; si esto es una realidad con el mal, ¡imaginemos si no va a ser mucho más una realidad divina cuando con nuestro corazón deseamos algo bueno, siendo Voluntad de Dios! De ahí podemos entender del Evangelio ese "pídeme lo que quieras y yo lo haré" (Jn 14,13-14).

Puede ser que en un comienzo o por cualquier razón nos falta llegar hasta “hacer” los actos divinos (falta de conocimiento o no saber cómo o qué hacer), pero ya el solo deseo serio y sin duda de hacerlos, los convierte en una realidad; aunque tal vez no sea (no se hizo), ya fue (se hizo), más aún que estamos apoyándonos en las palabras de Jesús "pídeme lo que quieras..." (Jn 14,13-14). Además, el simple deseo de hacer un acto, es ya un acto divino. Sin embargo tenemos que comenzar a ejercitarnos hasta llegar a “hacer” estos actos divinos, pues no sólo basta poner la intención y por fe decir “estoy haciendo actos divinos”, sino ponerse a hacerlos, y ese es nuestro trabajo que se realiza a través de los giros, pues ese "hágase de acuerdo a tu fe" (Mt 9,29) debe de estar apoyado en la omnipotencia y la palabra de Dios.

En el volumen 36, le dice Jesús a Luisa: "cuando hago mis obras más grandes no tomo en cuenta nada (miserias, obstáculos, pecado, etc.). Porque si para dar mi Reino tomara en cuenta eso, jamás lo daría, pues jamás nadie podría ser digno". Ni aun María sería digna, pues antes de que Ella pudiera tener un acto de correspondencia a Dios, ya Él le había dado todo (sin ella tener nada para ser digna). Ningún acto de correspondencia a Dios es proporcional al don que Él nos da; es como si le diéramos un vaso de agua a alguien, y él, sin más, nos regalara cincuenta mil millones de dólares. Pero, ¿creemos que es así, que Dios actúa de esta manera? Por eso se le dice a María "Bienaventurada tú que has creído" (Lc 1,45).

Podemos considerar a la fe como la semilla principal del árbol de la Vida, la cual una vez desarrollada producirá diversidad de frutos, todos bellísimos, algo así como si pudiéramos tener un árbol que produce de todo: manzanas, carros, chocolates, etc. En esencia, el árbol de la fe es “Dios me ama”, y es el único que producirá todos los frutos. Misteriosamente no se pueden separar la fe, la esperanza y la caridad, que también podemos considerar como raíces, y de estas tres bien arraigadas, se formará el árbol de la Vida, y cuanto más profunda es la raíz, tanto más grande es la fronda y se darán mejor los frutos. El tronco es la confianza, y de la perfecta confianza se producen todos los frutos.

La Esperanza es “poseer aquello que esperamos” y que deseamos “con certeza absoluta”. Si la Fe es “yo sé que Dios me ama”, la Esperanza sería “yo poseo a Dios y Él me posee a mí”. Podemos decir que la Esperanza es hija de la Fe, en relación con el Hijo y el Padre, pues la Fe representa al Padre y la Esperanza al Hijo, y de ahí procede la Caridad, que es el amor que le da vida a todo.

¿Qué semillas quieres sembrar? Las del árbol del conocimiento del bien y del mal son: las desconfianzas ("bueno sí, pero..."), las dudas ("yo no sé..."), tu propia opinión ("a mí me parece"), tu propio punto de vista ("yo creo.."), tu modo de pensar (“yo pienso...”), etc., y darle vueltas y vueltas a todas estas cosas. De aquí la importancia de ese negarse a sí mismo, de donde se deriva esa certeza (“yo sé que es así”), no por mí, sino porque Dios, que es Verdad absoluta, lo dice.

Conclusión. Debemos considerar que cada luz se une a todas las demás y se iluminan entre sí cada vez más. Por esto cada vez podemos conocer más y más, con mayor claridad, cumpliéndose en nosotros aquel: "A vosotros se os ha dado a conocer los secretos del Reino de los cielos y a ellos sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan y no sea que se conviertan y se les perdone" (Lc 8,9-10; Mc 4,11-12; Mt 13,10-11,13), que es una frase muy fuerte, en la que entra el dogma de la predestinación, pero que si no contamos con muchos elementos (conocimientos) para meditarla, no la vamos a entender.