El adviento es una preparación para un gran evento: el nacimiento de Jesús. Toda la Iglesia va encaminada hacia la segunda venida de Cristo. En la misa decimos: "Ven Señor Jesús", le pedimos que vuelva; ya en sí misma la Eucaristía es una segunda venida de Cristo, que representa, por una parte la primera venida, y por otra, la segunda venida de Cristo.
Los primeros cristianos esperaban con ansia la segunda venida de Cristo y estaban siempre en vela. Nosotros debemos esperar con ilusión esta segunda venida y estar preparados para morir en cualquier momento, de lo contrario, el cristianismo se vuelve patético y frío.
El mejor modo de vivir este adviento es vivirlo según el Espíritu de Dios, el espíritu mismo de la Iglesia, que es Cristo, y es lo que Dios espera de nosotros.
Todo gira alrededor del reino de Dios, "que Cristo sea todo en todas las cosas", que es cuando se realizará de lleno la segunda venida de Cristo.
Jesús vino para hacer al hombre Dios y esto debe producir efecto en nosotros.
Para que nuestro cristianismo no resulte ser más ofensivo de lo que pudiera ser, hay que centrar nuestra voluntad, nuestro corazón y nuestros deseos. Debemos saber de qué se trata lo que Jesús vino a hacer en el mundo y desear que se realice en nosotros, pero no nos podemos quedar en buenos deseos, sino que tenemos que hacer las obras. El deseo no sirve si no lo realizamos.
¿Qué es lo que debemos hacer? "Conviértanse porque el Reino de Dios está cerca". Convertirnos sólo por el Reino, por la gloria de Dios, porque él se la merece. La verdadera conversión es convertirnos en Jesús.
El catecismo dice que Jesús vino al mundo por cuatro motivos:
Salvarnos, reconciliándonos con Dios.
Para que conociéramos el amor de Dios.
Para ser nuestro modelo de santidad.
Para hacernos "partícipes de naturaleza divina".
Dios nos pide lo que tenemos: Nuestros pecados, nuestra nada, y él nos da lo que él tiene: Todo. Entregarle nuestro pecado con el propósito firme de no volver a tomarlo, entregarle nuestra voluntad, que es el origen de donde sale el mal.
El primer paso es creer en el anuncio del Reino de Dios. En cualquier instante nos podemos morir.
Aceptar a Jesús como nuestro Salvador y ser sus más fieles servidores. El murió por mí, debemos estar dispuestos a morir por aquél que me salvó. Debe haber un propósito firme de no ofender a Dios a costa de nuestra propia vida, y de amar a Dios como el merece ser amado. María nos da ejemplo: "He aquí la esclava del Señor". Hagámonos esclavos de Dios voluntariamente porque él nos liberó de esclavitud del demonio y del pecado, y murió por nosotros sin nosotros merecerlo.
Solo de Dios podemos alcanzar la fortaleza para poder dar la vida por aquél que dio la vida por nosotros y por aquellos por quienes Dios dio la vida.
Preparación para la Navidad:
Creer, aceptar el mensaje de Jesús, recibir este anuncio y vivirlo. Ocuparnos en dedicarle tiempo a Dios, mínimo así como lo ocupamos en las demás cosas en la preparación para la Navidad.
Bastaría con que nos confesáramos para que el mundo cambiara, y una confesión con firme propósito de enmienda, es decir, "Voy a hacer la Voluntad de Dios, por lo tanto, voy a conocerla y vivirla".
No debemos nunca faltar a la Santa Misa, aunque tengamos visitas, es mejor que dejemos a la visita plantada, antes que dejar a Dios plantado.
Compartir con el prójimo, con el pobre, cumplir con las obras de misericordia. Que en el cielo Dios no nos vaya a decir: "Tuve hambre y no me diste de comer".
IN VOLUNTAS DEI