Desde la mitad del siglo II hasta finales del siglo III surgen en la Iglesia los Padres Apologistas.
Se trata de una época especialmente interesante, puesto que estos hombres tuvieron que hacer frente a grandes peligros, que amenazaban, cada uno a su modo, la existencia misma de la Iglesia. Un doble peligro, de carácter externo, está representado por el rechazo del Evangelio por parte de los judíos, y por las cruentas persecuciones de las autoridades civiles.
Los primeros cristianos tenían la conciencia de ser los continuadores del "verdadero Israel", y de ser, a su vez, el grupo en el cual se habían realizado plenamente las antiguas promesas. San Justino dice acerca de los cristianos: "Esta raza es nueva y antigua: es antigua, porque cuantos han vivido antes de Cristo la han prefigurado, es nueva porque todo aquello que Dios había establecido comienza a realizarse". Las primeras persecuciones de la Iglesia en Palestina fueron causadas por el odio de los judíos hacia los cristianos, y en este período el judaísmo conservaba su antigua actitud de enemistad, al mismo tiempo que su doctrina y sus costumbres fueron penetrando en el campo cristiano, haciéndose necesaria una actividad de defensa y clarificación.
Por otra parte, se habían difundido entre los gentiles perversas calumnias contra los cristianos, acusándolos de ateísmo, canibalismo, infanticidio, incesto, hechicería, y muchas otras cosas, puesto que los consideraban como un grupo cerrado en sí mismo, y practicante de extraños ritos, rígidos en su vida moral y obstinados en el rechazo del culto a los dioses, por lo cual atraían sobre sí la ira, el desprecio, el odio y las calumnias del pueblo. Es así como en el ambiente intelectual de la época, algunos filósofos y escritores paganos, habiendo conocido mejor la naturaleza del cristianismo, tomaron posición contra él, como por ejemplo, el "De morte peregrini" de Luciano de Samosata, que es una caricatura de la situación de los cristianos, en tono satírico, reduciendo a los cristianos a una secta de ingenuos y de tontos, que se dejan engañar de unos cuantos embaucadores.
Además de la persecución externa, otro peligro más insidioso y mucho más grave fue la aparición de herejías en el seno mismo de la Iglesia. Se trata fundamentalmente de dos errores: El gnosticismo y el montanismo. El gnosticismo trataba de dar una explicación racional de la fe, adaptándola a la cultura de su tiempo y acogiendo los mitos de las religiones orientales. Para esto no dudan en mutilar gravemente los libros sagrados, rechazan arbitrariamente los pasajes que les estorban, y se inventan revelaciones de las que sólo ellos serían depositarios. El montanismo, que es llamado así por su fundador Montano, esperaba de un momento a otro el fin de todas las cosas y proponía a los cristianos el alejamiento completo del mundo, concebido como lugar de perdición; se mostraban muy rigurosos frente a los que habían pecado, y quienes no se adherían a sus ideas eran considerados como extraños a la Iglesia.