"PADRE, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17, 3). "Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4 ). "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12), sino el nombre de JESUS.
La finalidad de la vida del hombre es conocer y amar a Dios. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, Él está con el hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, a quienes el pecado dispersó, a la unidad de su familia: la Iglesia; y lo hace mediante su Hijo, que envió como Redentor y Salvador.
Para que esta llamada resonara en toda la tierra, Cristo envió a los apóstoles a quienes él había escogido, dándoles el mandato de anunciar el Evangelio; ellos lo hicieron de dos maneras: oralmente y por escrito. Oralmente, porque con su predicación, sus ejemplos y sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y predicaciones de Cristo, y lo que el Espíritu Santo les enseñó. Y por escrito, ya que los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo.
Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, dejándoles su cargo en el magisterio. En efecto, la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos. Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo, es llamada la "Tradición", y aunque difiere de las Sagradas Escrituras, está estrechamente ligada a ella. Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora.
Para un cristiano, es indispensable saber y creer que tanto las Sagradas Escrituras como la Tradición Apostólica conforman, en una unidad, el Tesoro de la Revelación Divina. Fueron los apóstoles quienes iniciaron la transmisión de la Tradición, y estos, a través sus sucesores y a lo largo de los tiempos, guiados por el mismo espíritu de Cristo, han ido comprendiendo, conservando, guardando, custodiando y defendiendo las enseñanzas de su Maestro, hasta nuestros tiempos.
Ya que la Iglesia es infalible cuando enseña las verdades reveladas o las relacionadas con estas, en cada época de la historia el Magisterio ejerce su función de interpretar y custodiar la Revelación, al mismo tiempo que la Tradición se manifiesta y se prolonga a través del Magisterio de la Iglesia.
Sólo fundamentados en Revelación Completa, es decir en las Sagradas Escrituras y en la Tradición, y guiados por la interpretación que el Magisterio da a la Revelación, los cristianos caminan seguros hacia el Padre, por el único camino que es Jesús.
La Tradición y la Escritura transmiten lo que proviene de la palabra de Dios; proceden de una misma fuente y son los dos canales por lo que nos llega el contenido de la Revelación. Por tanto entre Escritura y Tradición hay una íntima relación.
El Concilio Vaticano II insiste en ello de modo particular:
"Surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los apóstoles la palabra de Dios a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad" (Sobre La Divina Revelación, n. 9).
La Tradición y el Magisterio de la Iglesia son inseparables, ya que el Magisterio no es otra cosa que la puesta en práctica de la Tradición. Jesús encargó a sus discípulos enseñar las verdades reveladas hasta el fin del mundo. Por tanto la revelación pasa de boca en boca, de un maestro a otro. El magisterio actual de la Iglesia es el último portavoz al que ha llegado la postrer "Traditio" de la verdad revelada.
Los "documentos de la Tradición" son las obras de las generaciones pasadas en las que se expresa la fe de la Iglesia. Estos documentos pueden ser cosas (pinturas, esculturas, vasos sagrados, ornamentos, etc.); escritos (actas de concilios, libros litúrgicos, obras de Padres y Teólogos, etc.); instituciones (leyes, ritos, fiestas religiosas, etc.). Se suele distinguir a estos documentos en primarios y secundarios.
Dentro de los primarios encontramos:
Las definiciones solemnes de los concilios ecuménicos y de los sumos pontífices donde la fe de la Iglesia en una determinada verdad se afirma de manera clara y definitiva. Por ejemplo la definición de los dogmas.
Los "símbolos de la fe", breves síntesis de las principales verdades reveladas, aprobadas por la Iglesia y recitados por los fieles en público y en privado. El Símbolo de los Apóstoles y el Símbolo Atanasiano que se rezan en el breviario; y el Símbolo Niceno-constantinopolitano que se dice en la Santa Misa, son los tres más importantes.
Las "profesiones de fe" impuestas por la Iglesia a los fieles como reacción a determinados errores; entre estas, la Profesión de Fe Tridentina de Pío IV en 1564 y el Juramento Antimodernista de San Pío X en 1910.
Las actas del magisterio ordinario que siempre son ejemplo de la fe de la Iglesia (encíclicas, alocuciones, cartas, bulas pontificias, decretos, escritos de los obispos, etc.).
Los escritos de los Padres que desarrollaron la vida de la Iglesia en sus primeros años, hacen parte de los documentos que se denominan secundarios.
En este Audiovisual, abordaremos brevemente este último tema: Los Padres de la Iglesia y sus Escritos.