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HISTORIA DE LA IGLESIA


2.1.3 Constantino

Con la promulgación del Edicto de Milán, Constantino dio comienzo a una política abiertamente favorable al cristianismo. Empezó por sancionar el descanso dominical.

Por respeto a la santa Cruz, prohibió el suplicio de la crucifixión, lo que desde entonces se observó en los países cristianos.

En el 321, dio a la Iglesia la Personería y la habilitó para heredar.

Después de la muerte de Licinio en el 324, ya único dueño del Imperio, Constantino dio al Papa san Silvestre el palacio de Letrán y edificó en Roma las cuatro basílicas mayores, las cuales son: 

La Lateranense, San Juan de Letrán, Catedral de Roma; 


La Vaticana, o sea la de San Pedro;








La Sesoriana o Santa Cruz de Jerusalén; 


 

 


La Ostiense llamada también San Pablo extra muros.







Un sentimiento de respeto hacia el Obispo de Roma y el observar que la antigua aristocracia romana permanecía fiel al paganismo lo movió a trasladar su capital a Bizancio, en los confines de Europa y Asia. Quiso que fuese una ciudad cristiana, libre de templos paganos, tan numerosos en Roma.

La inauguración de la nueva ciudad tuvo lugar el 11 de mayo de 330. Al parecer, aquel cambio favoreció el desarrollo del Primado del Obispo de Roma; pero, a la larga fue fatal a la Iglesia que se vio profundamente dividida. 

Por otra parte, la ambición de los Obispos de Bizancio o Constantinopla y el desprecio que profesaban hacia los Latinos causaron paulatinamente el llamado Cisma de Oriente, que aun perdura, es decir, la división de la Iglesia Latina o de Occidente y la Iglesia Griega o de Oriente, esta última se llama a sí misma Ortodoxa, esto es, recta, porque pretende que la Iglesia Latina o Romana ha variado en la fe, lo que es falso.

Constantino conservó el titulo y la dignidad de Pontífice máximo, como quien dijera supremo vigilante del culto pagano; con todo, no sólo se abstuvo personalmente de las ceremonias idolátricas, sino que prohibió los sacrificios infames ofrecidos por algunas sectas de sacerdotes romanos a sus divinidades y hasta los sacrificios domésticos a los dioses romanos.

En su vida privada se manifestó a veces cruel con su propia familia: permaneció catecúmeno toda su vida y no recibió el bautismo del obispo Eusebio de Nicomedia sino muy poco antes de su muerte; su intervención en las luchas religiosas fueron un mal ejemplo para sus sucesores.

La Historia lo ha apellidado "Grande" porque, a pesar de sus defectos comprendió su época y, resueltamente encausó la política Romana por las vías de la civilización cristiana.