Ya en la Iglesia primitiva hallamos la perfecta distinción de los sacramentos. Así extendían: el Bautismo por infusión o por inmersión; la Confirmación, administrada en Occidente por sólo el obispo; la Confesión de los pecados hecha al obispo o a los sacerdotes aprobados.
El Orden y el Matrimonio se administraban el primero, como hoy, mediante la imposición de las manos del obispo; el segundo, ya reconocido como indisoluble con la comparecencia de los contrayentes ante el obispo. En cuanto a la Extrema Unción se sabe que los primeros cristianos observaban el precepto dado por el Apóstol Santiago.